sábado, 16 de agosto de 2008

Salta: la ciudad del tiempo diferente

Subite a la cima del Cerro San Bernardo, desde ahí podés contemplar que Salta, “la linda”, es realmente hermosa ciudad, tanto más de lo que muchos dicen. Hay vegetación por donde la mires, hay aridez, por donde la busques, hay soledad y muchedumbres; montañas, valles y llanuras. Te despertás con veinte grados y te dormís con temperaturas bajo cero.

Sin embargo, lo que la hace más especial todavía, es su gente: pausados al hablar, tímidos al conocerte, pero siempre sonrientes. Curtida su piel, sin temores a la exposición de las altas temperaturas, sueltan la charla, apenas entrados en confianza. Viven con tiempos diferentes a las grandes urbes y esa es su característica saliente. No importa si es Salta capital o cualquiera de las localidades del interior… los minutos cuentan de manera diferente.

Hay, según lo dijera un colega, “una ética de la paciencia”, quizás aquella que deviene de sus antecesores incaicos y kollas. El turista desprevenido y atropellado, lo quiere todo “ya”; sin embargo, ellos tardan un puñado de segundos en convencerte que aquí, al norte de la Argentina, se vive de otra manera, y los relojes también duermen su siesta.

Alguien dijo, “a cada paso que das, te encontras con historia”, y tanta razón tenía. Apenas se entra a la provincia, extremo sur lindante con el “jardín de la República”, la Posta de Yatasto recuerda el abrazo fraterno de los dos próceres más destacados del pasado argentino: Manuel Belgrano y José de San Martín. Sólo unos pocos árboles son testigos de la gesta que defendió el norte del actual territorio de la amenaza realista.

Y Salta capital, regala más recuerdos, a metros del centro cívico, por esas angostas veredas que ocupan tantos turistas, la casa del Gaucho por excelencia, Don Martín Miguel de Güemes, se halla convertida hoy en un centro gastronómico. Allí comenzaron a entonar sus primeras voces, varias figuras del folcklore nacional, por ejemplo parte de “Los Nocheros”.

Un poquito más acá, tremenda sucesión de edificios coloniales, a cual más apuesto y significativo. Se destaca la Catedral, la Iglesia de San Francisco, el Cabildo y el Museo de Alta Montaña (donde se exponen tres cuerpos incaicos de más de 500 años, congelados en la cima del Volcán LLullainllaco). Al pie del cerro, el monumento a Güemes, otea toda la ciudad y vigila, cual si fuera su custodio, el Museo de Antropología. Este último es un inigualable reducto que atesora piezas de céramica y otros implementos de las culturas nativas de la región.

Y si quiere más, péguese una vueltita por la Ruta del Vino, que lo lleva hasta Cafayate, cuna de los mejores Torrontés del país, aunque ahora también compite en las tonalidades oscuras. Fabulosa quebrada atraviesa para llegar allí, tan pintada de colores como un viaje a Cachi o San Antonio de los Cobres, a las Salinas Grandes o la Quebrada de San Lorenzo. Más, anímese, y apenas cruzado el límite con Jujuy, se asoma la imponente Quebrada de Humauaca, con un recorrido que promete: Purmamarca, Tilcara, Maimará y la ciudad que da nombre al accidente geográfico.

Entonces, sí visita Salta, trate de recorrer estas “mil y una maravillas”; la provincia hace verdadero honor a su mote, que parece chico ante semejante esplendor. De todas formas, permítame un consejo, no se olvide de conocer a su gente y se dará cuenta que, en el Norte, el tiempo se mide de otra manera.
Por Eduardo Ferrer (Especial Salta)
Colaboración: Josefina Ferrer y María Luz Ferrer

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